Existe un proverbio que dice que a veces “los árboles no nos dejan ver el bosque”. Nos pasa a menudo en nuestra vida cotidiana. Centramos nuestra atención en cosas circunstanciales, nos quedamos en muchas ocasiones en lo superficial y no alcanzamos a comprender el meollo de las principales cuestiones.
En el pasado mes de diciembre tuve la fortuna de poder asistir a dos actos marcados por una hondura y una profundidad de sentimientos que sobrecogieron a los presentes. Dos actos de humanidad a flor de piel.
En uno de ellos, un grupo de personas quería reconocer lo que un hombre ha estado haciendo por ellos, y por extensión, a toda la comunidad educativa de nuestro pueblo. Un homenaje a un educador que basó su sistema en predicar con el ejemplo, enseñando no solo materias del curso, sino dando lecciones sobre tolerancia, respeto a las ideas diferentes, espíritu de superación y, por supuesto, capacidad de darse a los demás.
Decía Confucio que “donde hay educación no hay diferencia de clases”. Y efectivamente, en el sencillo acto en el que dábamos el nombre de Manuel Gavira Mateos a la Sección de Educación Permanente (lo que hemos llamado siempre la Escuela de Adultos), solo había una clase por encima de edades, ideologías o situaciones sociales y económicas. La clase de la gente agradecida a su persona y a su labor.
Cinco días más tarde, presentábamos en Mairena la Junta Local de la Asociación Española Contra el Cáncer (AECC), precisamente presidida por la hermana de Manuel, Loli Gavira. Y como en el acto de Manuel Gavira, allí no hubo discursos de cara a la galería. Allí hubo mucha verdad y sentimiento sin adornos.
Mi amigo Julio Cuesta, presidente de la AECC en Sevilla, habló desde el gran corazón que tiene y el llanto no pudo evitar que Loli terminara sus sentidas palabras ante una sala abarrotada.
Porque Mairena sabe no fallar cuando se trata de algo que de verdad merece la pena. Y la ocasión lo merecía mucho. Porque los nudos en la garganta y las lágrimas derramadas se tornaron en sonrisas a la salida.
De unas personas, como yo, por haber sido testigos de un acto del que salíamos sintiéndonos más cercanos a los que nos rodean. Mejores personas se podría decir.
Y de otras, las principales protagonistas del evento, porque se abría una puerta de esperanza ante tanta angustia acumulada.
Espero para el 2015 precisamente eso. Que tengamos muchas oportunidades de sentirnos personas al lado de personas por encima de todo el ruido que solemos hacer. Que dispongamos de momentos para sentarnos a pensar sobre las verdaderas cosas importantes que nos rodean. Que escuchemos antes de hacernos escuchar. Que tendamos la mano antes de cerrarla.
Creo que es buen deseo para el año que hemos estrenado.