Que el fútbol desata pasiones es bien sabido por todos. Un buen aficionao puede, entre otras proezas, aguantar 5 horas esperando una cola para sacar una entrada que cuesta una pasta que no tiene, soportar que le caigan chuzos de punta a casi 0 grados en el estadio, o llevarse 12 horas seguidas en un incómodo autobús para ver un partido de 90 minutos. Todo ello sin despeinarse. Casi ná.
El fútbol engancha de una manera casi irracional. Amamos a nuestro equipo «manque pierda», o lo que es lo mismo, incondicionalmente. Nos da igual que ganen o pierdan, que como en el los de la directiva sean unos sinvergüenzas, que la plantilla no de ni golpe, que cambien la camiseta, el himno o incluso el estadio. Incluso en algún caso ya raro se ha cambiado hasta el nombre del equipo. El apasionado futbolero seguirá siempre fiel a las duras y a las maduras.
Es comprensible. En muchos casos la afición nos viene desde la infancia, cuando nuestro padre o abuelo nos regalaba la equipación, nos llevaba al campo y nos animaba a gritar por nuestros colores. En otros casos, la pasión vino más tarde, ya de manos de colegas o incluso de nuestra pareja sentimental. En cualquier caso, no deja de ser natural: a todos nos gusta sentirnos identificados con algo.
Sin embargo, es peligroso que sigamos la misma conducta en otros ámbitos, fuera ya del ocio. Sí, peligroso en caso de que demos un cheque en blanco de nuestra confianza a unos colores o siglas políticas simplemente porque yo siempre he sido de «esto». Actitud que si es compartida por muchos, puede provocar consecuencias insospechadas. Y ya lo estamos viendo.
No podemos permitir que simplemente por ser tal partido se lleven del tirón nuestro voto estén quienes estén y hagan lo que hagan. Sin más. No parece desde luego una actitud muy sensata. Debemos, por tanto, evaluar en cada momento quienes están al mando y si merecen nuestra confianza. Que se la ganen, que para eso trabajan para nosotros. En un sentido literal, el pueblo, osea nosotros, somos su jefes. ¿Quién mantendría a un empleado en su puesto si este le lía un estropicio enorme sin excusa posible ni idea de cómo arreglarlo?.
La fijación por un partido es de otros tiempos. Resulta claro que con la democracia constitucional ya consolidada, no puede hablarse de las diferencias radicales de antaño. Va perdiendo, por tanto, el sentido de prefijar el voto de antemano. Si nos fijamos bien en los programas de propuestas, ¿realmente sigue existiendo la izquierda o derecha como la propaganda interesada nos quiere hacer creer?. Si le preguntaran a cada partido si busca el pleno empleo, el estado del bienestar, fomentar la cultura, la educación, la solidaridad, la igualdad, la sostenibilidad, ¿alguno diría que no?. Es más, incluso hasta los mecanismos para llegar a ello se asemejan hasta parecer idénticos a veces: todos abanderan no despilfarrar el dinero público, la importancia del esfuerzo en la educación, mejorar las infraestructuras, etc.
Sin embargo, si todo parece tan similar, ¿dónde está realmente la diferencia que nos puede guiar para dar nuestro apoyo? Pues la diferencia está como todo en la vida, entre decirlo y hacerlo. Para hacerlo no sólo hay que decirlo, sino que hay que tener el conocimiento o lo que también llamamos la preparación. Tener geniales ideas y propuestas, además de la inteligencia y el ánimo para saber aplicarlas. La diferencia está en dar en el clavo con medidas concretas o no darlo. En actuar con un plan bien meditado o ir a salto de mata. Además, de por supuesto, no regirse por intereses propios como el amiguismo y enchufismo, o por el deseo de mantener el sillón caliente a toda costa.
Churchill dijo que “Las actitudes son más importantes que las aptitudes”, y yo agrego, ambas son necesarias desde luego, pero si nuestros dirigentes carecen tanto de una como de otra, estamos listos. Y con la que está cayendo. Hay que tener criterio y confiar en gente preparada, con sentido común, rabiosa ilusión y propuestas eficaces. Ahí es donde hay que fijarse para votar. La izquierda, derecha, centro, arriba o abajo pierden el sentido, a pesar de que nos intenten vender a diario esa vieja moto.
Yo confio plena y absolutamente en Ricardo, no solo porque tendra buenas propuestas e inteligencia para sacarlas adelante, sino porque sera animado y apoyado al maximo tanto por mi como por muchos maireneros/as como yo. Esto no puede seguir asi, y lo que esta muy claro, que somos TODOS los que tenemos que cambiarlo.
Gracias Reyes por tu comentario. Efectivamente este es un trabajo de todos.
Por desgracia el sentido común es el menos común de los sentidos
Pues sí, y en especial parece que en política sea hace realidad esta frase a menudo.