20 de Abr de 2024

¿Y ahora cómo salimos de esta? (Parte III: Con gobernantes que no entorpezcan la economía)

De todas las cosas que un gobierno local, autonómico o nacional puede hacer para ayudar a la economía, la primera y más evidente es no empeorarla. Que ya es decir. Es ciertamente lamentable que muchas de las medidas que se toman a la ligera tengan consecuencias nefastas para la recuperación y el desarrollo económico. Dedicaré el presente artículo de esta serie a tratar este asunto, dejando para el siguiente las posibles acciones de mejora que estos podrían tomar, una vez se aseguren que sus acciones al menos no dañan la economía.

Jesús Encinar, uno de los más destacados empresarios españoles de la era Internet, contaba hace poco en su blog esta significativa historia personal:

“Mis padres montaron un pequeño hotel de dos estrellas en Ávila, el negocio iba tirando… hasta que se inauguró el Parador de Turismo. Era imposible competir con el Parador. Si mis padres tenían una limpiadora para cada cinco habitaciones, el parador tenía el doble y una suplente. Si mis padres tenían un conserje, el parador tenía tres, día y noche. Aquel Parador pagaba los mejores sueldos de todos los hoteles de Ávila. Era el hotel que más comida tiraba: todo era fresco cada día. El parador daba a sus clientes un servicio impecable a precios comparables al hotel de mis padres, perdiendo de paso, claro, cientos de millones de pesetas cada año del dinero de todos. Pólvora de rey. Daba igual. No tenía accionistas ni necesidad de rendir cuentas a nadie. Ni siquiera tenía que pagar el coste financiero de su gigantesca reforma (lo hizo el Estado a fondo perdido). De pequeño yo veía aquel parador y pensaba ¿quién va a invertir un duro en hacer un buen hotel para el turismo en Ávila mientras esté el Parador tirando precios? ¿Qué posibilidad tenía el hotel de mis padres en competir con el Estado?”

Finalmente, sentencia el afamado empresario, sus padres tuvieron que cerrar. Es a fin de cuentas, la misma historia que se sigue repitiendo a lo largo y ancho de nuestra maltrecha geografía española. Gobiernos que después de haber construido una obra faraónica gastando lo habido y por haber, no pueden cubrir ni siquiera los gastos corrientes de la misma, y no digamos amortizar la inversión realizada. Resultado forzoso por mucho que intenten gestionarla luego con concesiones, conciertos, alquileres o cualquier otro tipo de fórmula de gestión enrevesada.

La explicación viene dada por dos motivos fundamentales que paso a detallar. Por una parte, los gobernantes no tienen responsabilidad alguna sobre lo que gastan y por lo que endeudan a la administración. Así que tanto les da 8 que 80. De hecho, van dejando la responsabilidad de pagar y sostener los servicios creados al siguiente gobernante, y así sucesivamente. En lenguaje común: el que venga atrás que arree. Por otro lado, el fenómeno del gasto público excesivo lejos de ser impopular es, o al menos era, muy rentable electoralmente. Y esto, como sabemos a los políticos les importa y mucho. Más si cabe a nivel local donde la proximidad física del gobernante permite identificarlo fácilmente con las obras ejecutadas: “esto lo hizo el alcalde Don Setano, aquello el alcalde Don Fulano”. Parecía que el que más adornaba el pueblo era merecedor de volver a ser elegido: “Don Mengano ha traído muchos dineros al pueblo”. Ahora vamos viendo que el dinero lo traían sí, pero de nuestros bolsillos.

Los anteriores motivos explican bien cómo los gobernantes borrachos de pasta gracias al chorro de dinero burbujista que parecía fluir sin fin, no escatimaron en gastos por el “bien” público. Construían, reformaban e incluso “deconstruían”, osea destruir para volver a construir, toda aquello que les viniera en gana. Ocurrencia tras ocurrencia, talón tras talón. Años de oro que serán recordados como los de avanzar para retroceder después, al igual que el retroceso de un muelle cuando es soltado después de estirarse en exceso. Todo justificado con la excusa de generar servicios, servicios y más servicios, sin preocuparse de a quién van dirigidos, de cuantos realmente los aprovecharán, de si podrán mantenerse en el futuro o de a quienes perjudicarán con su puesta en marcha.

Esos mismos gobernantes se encuentran ahora asfixiados por las deudas felizmente contraídas en nombre de la administración y se las ven negras incluso para pagar mes a mes sus propias nóminas. Resulta evidente, por tanto, el consecuente incumplimiento de cualquier compromiso de pago adquirido con los proveedores. Y es este precisamente, otro de los grandes perjuicios a la economía que pueden tener las actuaciones de los gobernantes. ¿Cuántas empresas están siendo destrozadas por la demora continuada de los pagos de la administración?. ¿A cuántos empresarios al borde del abismo les deben montones de dinero sin ni siquiera facilitarles una fecha de cuándo podrán recibir lo que les corresponde?. Muchos perdieron ya todo atisbo de esperanza de cobrar y cerraron dejando a innumerables trabajadores en la calle y un negocio rentable en la estacada, dejando a su vez sin pagar a sus propios proveedores. ¿Qué poder pueden tener contra un monstruo como la administración? ¿Acaso denunciar? ¡Pero si la administración no paga por Ley siquiera las costas de los juicios!. Oscuro panorama.

Por último, no quiero cerrar este artículo sin comentar otra de las grandes trabas al desarrollo. No es más que el eterno problema de las cargas administrativas, o como se dice comúnmente, el exceso de papeleo. Independientemente del debate permanente sobre si los impuestos a empresarios son altos o bajos, el problema de la burocracia es inexcusablemente solucionable porque perjudica a ambas partes. La creación continua por los gobernantes de cada vez más leyes que han de cumplir las empresas entorpece muchísimo el buen funcionamiento de las mismas. Esto ha degenerado en un intrincado entramado administrativo que hace a más de un emprendedor plantearse siquiera el intentar montar su empresa, y obliga a empresarios consolidados asumir costes de gestión críticos en la difícil situación actual. Es claro que algunas de estas normas van siendo necesarias acorde a los tiempos pero antes de establecer nuevos requisitos y cortapisas los gobernantes deberían cuidar que el impacto de éstas en el desarrollo de la actividad empresarial sea mínimo.

Sabemos que el motor del desarrollo y el empleo son las personas y las empresas. Es evidente que los gobiernos por sí solos no pueden levantar un país, sin embargo, sí que pueden cargárselo. Y para evitarlo, han de tener exquisito cuidado en que las actuaciones que realizan no dañen el tejido empresarial. Para evitarlo, han de generar una espiral de confianza que parta por la solvencia de la administración empezando por pagar sus deudas puntualmente. Para evitarlo, han de eliminar las barreras administrativas para no entorpecer la creación de nueva empresas y el funcionamiento de las existentes. Si no, corremos el riesgo de que como en otras muchas ocasiones ha demostrado la historia, sea definitivamente peor el remedio que la enfermedad. Como ciudadanos, no tenemos poder particular sobre cada una de las anteriores cuestiones, pero lo sí podemos hacer es no elegir a aquellos que las hagan. Cuidemosnos de no elegir matasanos de la economía.

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